El
Idealista y los Cinco Enemigos del Periodista
Luis
Antonio García Sepúlveda
En un café, solo,
perdido en sus pensamientos, aspirando el humo de un cigarrillo se hallaba el
idealista. Ni el ir y el venir de las meseras ni el rumor de las pláticas de
los comensales vecinos lo distraían. Me senté en una mesa cercana y para
iniciar una conversación le ofrecí un periódico que traía en la mano,
-¿Ya leíste las
noticias?...
-¡No gracias! ¡Me
bastan mis problemas, no quiero enterarme de los problemas ajenos!-Me contestó
-¡Es duro ser
periodista!, ¿verdad?- Le respondí,
-¡Es más duro no
serlo!- Afirmó tajante.
-¿Por qué dices
eso?- Me intrigó su respuesta.
-Mira; en los
periódicos solo me quieren si me doblego a las órdenes del director. Si me
ordenan que escriba lo malo de los buenos o lo bueno de los malos, lo tengo que
hacer, debo seguir órdenes y nada más. No puedo escribir lo que yo quiero, ¡La
verdad!
-Bueno, amigo mío,
es igual en todas partes, el empleado tiene que seguir las ordenes del patrón.
Afirmé
-¡En el periodismo
no! ¡El único patrón es el público lector, y no el director!, ¡El periodista
debe informar a la sociedad con ética!- Colérico me contestó, tomo un trago a
su café, y después de dar una profunda chupada a su cigarrillo y expeler el
humo, volteando su cabeza a uno y otro lado, en tono más amable continuó su
platica,
-Mira, te voy a
describir los cinco enemigos del periodista
El primero te lo encuentras en la mesa de tu
casa, en el desayuno. ¡Son las necesidades y necedades de tu familia que tu
mujer se encarga de meterte por las orejas, ¡Los gastos del colegio, los
uniformes, los libros, el pago de la luz, el agua, el predial, el pago de la
televisión de cuarenta pulgadas que en montón toda la familia me persuadió de
comprar, y hasta el pago del gato del vecino, que nuestro perro mató, tengo que
hacer. A veces salgo de mi casa con los ojos desorbitados pensando que banco
asaltaré para pagar las necesidades de mi familia.
Ya en la calle me
encuentro con mi segundo enemigo, es: ¡La corrupción de mis semejantes! Desde
el más humilde táquero, hasta el más
encumbrado político, industrial o comerciante, la corrupción llega a
contaminarlos. Cuando tú periodista, conoces actos de corrupción o ilegales de
parte de tus conciudadanos, tienes el deber de denunciarlos por el bien de la
sociedad; entonces, ¿que pasa? Que el corrupto te querrá sobornar. Pero Yo,
periodista con ética, no acepto, y entonces voy con mi valiente y honrada
denuncia al periódico, y me encuentro con mi tercer enemigo...
Cómodamente sentado
en su oficina, detrás de un gran escritorio, fumando un grueso puro, el
director del periódico, lee atentamente mi artículo, al terminar mueve la
cabeza y me espeta un...
-¡No mi bravo
amigo, esto va a perjudicar a fulanito de tal, y él nos va a retirar la
publicidad, ¡Eso no lo podemos permitir, no nos conviene!, ¡olvídate de
publicarlo! Cuando levanté de mi ombligo la quijada, de mis labios salieron una
serie de palabritas y palabrotas, y salí de la oficina del director dando un
gran portazo, con una frase resonando en mis oídos, ¡Estas despedido! Colérico
me dirigí a recoger mis cosas del escritorio y me encontré a mi cuarto
enemigo...
Son mis queridos
colegas periodistas, que atraídos por la discusión en la oficina del director,
me interrogan sobre lo sucedido, cuando les explico lo que pasó, voltean
negativamente su cabeza y algunos me
dicen ¿Estas loco?, te ofrecen dinero y no lo aceptas, y luego te peleas
con el director... ¡Ni modo, genio y figura hasta la sepultura! ¡Eres un
quijote!
Y aquí estoy en el
café, luchando contra mi quinto enemigo: ¡La soledad! Nadie me comprende, ni mi
familia, ni mis compañeros, ni la sociedad. Soy un idealista desadaptado, ¿Qué
haré?, ¿me someteré a las órdenes de un director corrupto, escribo lo bueno de
los malos, o lo malo de los buenos, escribiré mentiras o verdades a medias
para solventar así las necesidades de mi
familia?, tú ¿qué me aconsejas?...
Ante su pregunta
clave mi mirada en el piso, pensé por unos momentos, al final le dije en tono
serio:
-Lo siento yo no puedo aconsejarte, la
decisión es toda tuya. Escuchó mi respuesta, aspiró el humo de su cigarrillo,
lanzó una bocanada de humo, le dio un sorbo a su café, y sonriendo me miró con
una mirada pícara, se levantó de su asiento, me dio unas palmadas en la espalda
y me devolvió mi pregunta, -¡Es duro ser periodista! ¿Verdad? Y se fue.
En un
restaurante, solo, perdido en mis pensamientos, aspirando el humo de los
cigarrillos de mis semejantes, me quede meditando. ¡Es duro ser periodista!...
¡Más duro es no serlo!
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