Un Cuento Babilónico
Luis Antonio García Sepúlveda
Sentados alrededor de una mesa de nuestro café preferido, nos
encontramos un grupo de amigos; los tópicos que tratamos variaron desde los
raros hábitos sexuales de las tarántulas, hasta la inmortalidad del hombre. De
lo ridículo y grotesco, de lo burdo e infame, poco a poco la plática fue transformándose y el intercambio
de ideas y conceptos, fue realizándose entre los presentes y la calidad de la
conversación como una nube se elevó.
Pasamos de una forma natural e inesperada al refinamiento de la expresión
de ideas y sentimientos y llegamos -sin pretenderlo- a la discusión de las
ideas religiosas; y así sin saber cómo saltaron a la palestra las preguntas que
han acompañado por milenios al hombre: ¿QUIÉNES SOMOS?, DE DONDE VENIMOS?, ¿A
DÓNDE VAMOS?. Ante el silencio y las miradas lejanas de mis amigos al no
encontrar una teoría lógica y convincente, me permití exponerles mi
pensamiento, no sin antes como introducción relatarles un antiguo cuento
babilónico.
Este cuento lo leí cuando yo tenía 15 años de edad y era parte de un
libro titulado “LOS MAS ANTIGUOS CUENTOS DE LA HUMANIDAD”. Este Libro, junto
con muchos otros lo abandoné a su suerte, al igual que todas mis pertenencias y
recuerdos cuando salí de Monterrey con rumbo a Mazatlán, tratando de olvidar un
amor que por ser verdadero aún recuerdo... Pero eso es una historia, más no un
cuento y del cuento que les contaba, jamás volví a conseguirlo, he buscado en
bibliotecas y librerías durante más de treinta años y nadie conoce ese libro.
Espero que si algún lector lo tuviere, me lo haga saber.
Pues bien, regresando a aquella mesa, les diré que les gustó tanto, que
me pidieron compartirlo con los lectores, aclarando que el cuento no es mío.
Como introducción les diré que la civilización babilónica –según los
historiadores-, data de 3000 años AC. En los años 668 a 630 AC., reinó sobre los antiguos
asirios, un rey llamado Asurbanipal, este rey, fue el creador de la primera
biblioteca del mundo (la más antigua que se conoce) y coleccionó miles de
textos antiguos, inscritos en tablillas de arcilla, en caracteres cuneiformes.
Más de veinte mil de estas tablillas,
fueron encontradas en las ruinas de la antigua ciudad de Nínive y están
actualmente en el Museo Británico, entre ellas está el siguiente relato:
En el principio de los tiempos, hubo un guerrero que por su fuerza y
sabiduría, llegó a formar un gran reino,
Este rey, distinguíase por su valor,
fuerza, arrojo, conocimientos y justicia con la que reinaba sobre sus súbditos.
En aquellos tiempos se acostumbraba que el monarca fuera también el máximo
sacerdote, y el rey con verdadera
devoción y reverencia, diariamente ofrecía sacrificios a toda la corte
celestial, especialmente al Padre de los Dioses; Era tanta su devoción, que
ordenó construir templos por todo el reino. Este y otros actos, fueron tomados
en cuenta por el Padre de los Dioses, quien satisfecho por la devoción
expresada, y las cualidades que tenía el rey humano, decidió premiarlo e
invitarlo a la asamblea de los Dioses...
Una noche, en que el rey dormía, se encontró -como en un sueño- en medio
de un banquete divino; frente a él, departían alegremente los dioses y diosas
que tanto temor y reverencia le habían inculcado desde niño sus padres; su
asombro no tenía límites ante la belleza y magnificencia que presenciaban sus
ojos. De pronto, el relámpago de una hermosa luz que abarcó todo el inmenso
salón y que llenaba el ambiente de paz y de gozo, fue materializando poco a
poco y flotando, en medio del divino salón, la imagen de un ser con forma
humana, misma que al verla los presentes se arrodillaron hasta pegar su frente
al piso.
El rey humano, al ver la profunda reverencia que los Dioses hacían, los
imitó temblando de miedo y emoción, sin embargo al influjo de la hermosa luz
que emanaba del divino ser, en su corazón sintió amor y gozo y sin que nadie se
lo dijera, supo quién era ese ser de luz... ¡EL PADRE DE LOS DIOSES!
Al materializarse completamente el creador del universo, su voz se
escuchó por todo el gran salón: “Hijos míos; en esta asamblea tenemos un
invitado, y es un invitado especial, ya que es un humano, este hombre se ha
distinguido por sus muestras de respeto y veneración hacia todos nosotros,
especialmente su veneración hacia mí. Su proceder me ha agradado, es por eso
que en esta asamblea frente a ustedes, le concederé un deseo. Lo que este
hombre pida se lo daré”. Un murmullo de asombro escapó de la boca de los
Dioses...
Mientras tanto el rey humano no salía de su asombro. Arrodillado frente
al creador, no daba crédito, ni a sus oídos, ni a sus ojos, y temblando de
emoción al sentir sobre él las miradas de los Dioses y la indescriptible mirada
– que lo envolvía y lo atravesaba- del Padre de los Dioses, buscó en el fondo
de sus pensamientos y recuerdos su mas grande deseo. Después de un largo
silencio, habló...
“Señor, tengo un deseo, pero no es necesario
que tú me lo des, con haber contemplado tu presencia me conformo”... ¡Dime tu
deseo! Trono la voz del creador, resonando el eco en los divinos cielos. El
rey humano, vacilante, volvió a hablar; “Mi señor, es que... mi deseo, no me
lo darás... ¡Humano insensato!, volvió
a resonar la divina voz, haciendo vibrar el inmenso recinto. “¿Que deseo
puedes tener tú que yo no te lo pueda dar?, ¡Te ordeno que me lo digas!, y
al decir estas palabras un viento impactó el cuerpo del rey humano, quien
temeroso de la cólera divina, volvió a expresarse... “Mi deseo señor es...
¡Que todo lo que yo imagine se haga realidad al instante!.
En el inmenso salón, todos guardaron silencio al escuchar el deseo del
humano. Abrieron sus bocas y se miraron unos a otros, y luego fijaron su vista
en el Padre de los Dioses. Con una voz suave, llena de amor, como un padre a su
hijo, el Creador le habló al rey humano: “Hombre pequeño, no sabes lo que me
pides, no tienes la capacidad para controlar tal poder. Pídeme otra cosa y con
gusto te la daré”...
El rey humano, de rodillas, agacho su cabeza, pensó un momento y respondió:
Mi señor, en mi reino, soy inmensamente rico y poderoso, no hay nada que
como hombre me falte, mi único deseo insatisfecho, es el que te expresé, si no
me lo quieres dar, no quiero otra cosa. -El Creador movió su cabeza, y
respondió- ¡Te di mi palabra y la cumpliré!, te concederé tu deseo, ¡ahora
tienes el poder que me pediste!...
Al terminar el Creador estas palabras, el rey fue cubierto por un rayo
de luz, que lo atravesó de pies a cabeza. Se desvaneció y sintió como su cuerpo
viajaba a través del universo; las estrellas desfilaban ante sus ojos. Todo se
movía, y era luz. De pronto, una oscuridad completa lo rodeó, pedio el sentido
y no supo más...
Los dulces trinos de las aves reales llenaban el ambiente de la recámara
del rey. El sol entraba por una ventana... lentamente, el rey abrió los ojos,
volteó mecánicamente a todos lados. ¿Dónde
estoy? Se pregunto, sin atreverse a moverse. Unas finísimas sábanas de seda
cubrían su cuerpo; trato de recordar lo
pasado. Volvió a recorrer su habitación con la vista... ¡Un sueño! Exclamó
y sonrió. ¡Todo fue un sueño!, y diciendo esto, se incorporó bostezando,
se estiró y pensó en voz alta ... ¡Que hambre tengo me comería un cordero
asado entero! Y al decir esto se lo imaginó... ¡grande fue su sorpresa,
cuando ante sus ojos, apareció un
platón de oro, conteniendo un humeante cordero asado igual al que se había
imaginado, fue depositado junto a su cama!.
-¿Qué es esto?- Exclamó el rey,
al mismo tiempo que saltaba asustado fuera de su cama. -¿Quién trajo esto?
gritó con los ojos desorbitados y volteando para todas partes al no ver a nadie
en la recámara real, agitado recordó la asamblea de los Dioses... -¡El
deseo!- exclamó. ¡No fue un sueño!
El rey pasó del miedo a la alegría y jubiloso, se dispuso a probar
su nuevo poder; alzó su diestra e imaginó en ella una copa de oro llena de un
espumoso vino rojo... y al instante se materializó. El rey de inmediato, con
grandes carcajadas, se llevo a sus labios – dejando correr por su pecho el vino
que la emoción no le permitía tomar. Arrojó la copa y corriendo como un loco,
salió al jardín, los guardias asustados, vieron a su rey salir en paños menores
y detenerse frente a su palacio en el inmenso jardín.
¡Mi señor! - exclamó el
capitán de los guardias, que corriendo llegó junto a él. -¿Qué te pasa?,
¿Quién te persigue?, ¡estas casi desnudo! – El rey, riendo, fijó su vista
en guardia y luego a su semidesnudo cuerpo y respondió al guardia
carcajeándose. -¿Quieres saber que me pasa?, ¡ahora lo sabrás!, mira...
–al decir esto, cerro sus ojos y en su cuerpo apareció poco a poco una
reluciente y hermosísima armadura de oro que lo cubrió de los pies a los hombros, y en su cabeza, apareció una corona
cuajada de piedras preciosas.
El capitán, al ver esto cayó de rodillas, diciendo: ¡Dios mío!, el rey
divertido le ordenó alejarse, a lo que el militar asustado se alejó corriendo y
se reunió con otros guardias que no se habían atrevido a acercarse. El rey,
enfocando su vista en el palacio, se dijo a sí mismo: -Soy el hombre más
poderoso de la tierra, por lo tanto este palacio no es digno de mí-,
y comenzó a usar su imaginación, y las torres y las paredes del palacio
crecieron, sus cúpulas eran de oro brillante, a su alrededor, el rey imaginó
grandes y hermosos jardines poblados por los más exóticos animales; asimismo
creó con su imaginación un gran ejercito, vestidos todos con impresionantes y
variadas armaduras, imaginó también, las mas bellas mujeres que le servían
ricos manjares.
El interior de su palacio lo adornó con las más valiosas y bellas gemas,
topacios, zafíres rubíes, esmeraldas, diamantes del tamaño de una mano se veían
por doquier; en el inmenso palacio, su trono lo hizo de diamante pulido, y así
fue, como el rey ese día hizo maravillas... Pero llegó la noche y con ella el
cansancio. El rey después de transformar todo lo que quiso, se retiró a sus
nuevas habitaciones; su alcoba estaba ricamente decorada con lo más hermoso que
su imaginación pudo concebir, sin embargo, al entrar sintió una desazón, algo
le faltaba a su habitación...
Inquieto volteaba en todas direcciones, lo estuvo meditando hasta que
exclamó: “¡Una ventana! a esta
habitación le hace falta una ventana”,
fijó su mirada y las paredes se abrieron al instante.. La ventana estaba
hecha. “Muy bien” dijo el rey. “Ahora estoy satisfecho, ya podré dormir”, y se
dispuso a hacerlo... Pero algo pasaba, inquieto se revolcaba en su inmensa
cama; no podía dormir, “¿qué me pasa?”, se pregunto y de nuevo giró su cabeza
por la habitación real; fijó entonces su vista en la ventana y habló en voz
alta: “Esta ventana no tiene protección, por ella puede entrar un tigre y
comerme, le pondré barrotes”, y al
decirlo se concentró en los barrotes, pero antes de que estos
aparecieran, por la venta entró un enorme tigre y dirigiéndose al rey, lo mató
de un zarpazo, lo destrozó y se lo comió...
MORALEJA
El rey, se olvidó de dar
gracias a quién le dio el poder, y volviéndose egoísta, creó cosas solo para sí
mismo. En él no había amor, de haberlo habido, el tigre se habría echado a sus
pies. La Biblia dice que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, pero le
dio también el poder de su mente; el hombre, al igual que el creador, puede
hacer realidad lo que su mente imagina. Piense usted estimado lector, la silla
donde está usted sentado, el vaso donde bebe agua, el vehículo donde se
transporta, la casa donde vive, todo lo que usted vea construido a su alrededor
fue hecho por el hombre, originalmente tuvo forma en la imaginación de alguien,
después con los años, se hizo realidad.
El ser humano tiene el poder del rey del relato, pero deberá aprenderlo
a usarlo con amor y responsabilidad, de lo contrario creará un tigre que se lo
comerá.