CELSO
INSUNZA MEDINA
“El último
Maquinista del Tacuarinero”
Entrevista de Luis Antonio García Sepúlveda
en 1995
Transmitida En El Verano De 1998
Por
XEUAS Radio Universidad
En El Programa “Crónicas De Culiacán Rosales”
Mi nombre es Celso Inzunza Medina yo fui el último maquinista del ferrocarril
Occidental conocido por el pueblo como “El Tacuarinero” Nací el seis de Abril
de 1908 en Los Alamitos de San Pedro, un rancho que está a un lado de Navolato.
Mis padres fueron Epifanio Insunza y Juana medina. Mi abuela se llamaba
Trinidad, a mi padre no lo conocí. Yo me crie con mi abuela, y cuando murió
ella, me vine a Culiacán. Aquí me casé con Ramona López y tuvimos seis hijos,
tres mujeres y tres varones, Celso, Álvaro, Ignacio, y mis hijas Evangelina, Teresa y Guadalupe.
En el Ferrocarril Occidental de México
A los quince años de edad
comencé a trabajar en el ferrocarril sacando y metiendo durmientes, luego fui
fogonero en una máquina de leña, porque antes, eran máquinas de leña. Trabajé
mucho tiempo metiendo leña en esas máquinas, había unos paseos a Altata y yo
era fogonero en esos viajes, metía cuatro tanques de leña, dos de ida y dos de
vuelta.
Trabajábamos casi doce horas diarias yo ganaba $2.50 al día, no había
horas extras ni nada de eso. Trabajábamos todo el día. El maquinista ganaba
$3.50 se llamaba Alberto Molina y era mi compadre. Cuando él murió yo subí a
maquinista. Era gerente don Ismael Douglas, luego Carlos Sentís y finalmente
don Alberto Zazueta Duarte.
Yo me llevaba muy bien con
él, con otros salí mal porque como yo era constante en mi trabajo, no me
gustaba que un individuo tratara malamente a un trabajador y yo sacaba la cara
por él. Yo no era nadie, ni cosa alguna del sindicato, pero me daban coraje las
injusticias. A mí no tenían por qué decirme nada, si estaba mal me lo sacaban
en cara, pero como ¡No! Me metía cuando maltrataban a un trabajador. Me decían
¿Por qué te metes tú? -les respondía- “Me meto porque no me gustan las injusticias” Así era yo. Cuando el Sr. Zazueta me decía -
¿Estás listo para la hora de salida?- yo respondía –Si estoy listo, nomás que
sea la hora- Yo nunca falte en mi trabajo, fui constante todo el tiempo, por
eso es que este señor me apreciaba porque nunca le fallé. Era un hombre que
si le pedía dinero prestado, me lo
prestaba porque sabía bien con quien contaba, ¡conmigo! porque nunca le fallé
al trabajo.
El Tacuarinero era como
cualquier tren de pasajeros. Íbamos a
Navolato y a veces solo llegábamos hasta El Limoncito de los Ramos porque el río
tenía agua. En tiempos de secas poníamos una vía en la arena para pasar al otro
lado y llegábamos hasta Altata. Entre semana llevábamos a Navolato carros para
cargarlos de azúcar, cuando se venía el río ya no podíamos pasar a Navolato.
Los meses que pasábamos a Altata eran Abril y Mayo.
La estación en Culiacán
En los terrenos de lo que
hoy es la estación de autobuses, en el Boulevard Leyva Solano, cerca del
panteón municipal estaba la terminal del ferrocarril Occidental. Por lo que
ahora es el boulevard estaban las vías. Ahí estaba “La redonda” donde metíamos
la máquina. “La redonda” era un edificio de lámina redondo con dos puertas que
cerrábamos, adentro había taller mecánico para arreglar las ruedas y tornearlas
con un torno grandote. Cuando nos íbamos a la casa metíamos ahí la máquina, era
un edificio largo.
Los Viajes a Altata
En Abril y mayo llevamos a
Altata, plataformas cargadas de gente. Salíamos de Culiacán a las ocho de la
mañana, con cuatro jaulas y dos carros de primera. El personal que iba a bordo
era: El conductor, el fogonero, tres garroteros y yo de maquinista, en total
éramos seis. Los carros de primera eran unos carros con ventanillas amarillas y
tenían como una cúpula en el techo. Tenían asientos de bejuco acolchonados con
resortes. Los de segunda tenían bancos a los lados, dejando libre el centro
para poder caminar. Tenían unas tablas
por detrás y unos estacones para respaldo, las bancas eran de tablones. Las
plataformas no tenían techo, estaban libres a ¡Rin pelón! Pero se llenaban de
gente. En los de primera cobrábamos un peso con diez centavos el viaje a Altata
ida y vuelta. Y en los carros de segunda cincuenta y cinco centavos. A bordo se
vendía cerveza y tocaban dos bandas, a los carros se subía en Aguaruto una señora gorda que
llevaba unos canastotes de tacuarines y empanadas, las vendía baratas, ¡a cinco
centavos! Precisamente por las vendedoras de tacuarines, el pueblo lo bautizó
como “El Tacuarinero”.
Tardábamos como tres horas en
llegar a Altata, y es que el tren se paraba mucho porque la gente se iba
subiendo. Llegábamos al puerto como a las once más o menos. De ahí parábamos como hasta las cuatro de la tarde.
A las tres y media dábamos un pitazo para que las gentes que se habían ido al
otro lado de la isla, se vinieran y tomaran las canoas. A las cuatro salíamos
de Altata ya con toda la gente, nos veníamos y llegábamos como a las seis de la
tarde a la estación de Culiacán. El
conductor en ese tiempo se llamaba Fidel, no me acuerdo de su apellido, él era
el que quitaba los boletos, y el que los vendía era Don Fito, así le decían.
Hubo un viejo conductor que se llamaba Charles King, pero la gente le decía
“Chalequín” Recuerdo que en una ocasión, venia un amigo muy desesperado por
llegar al Nuevo Culiacán, y nosotros nos encontrábamos agarrando vapor, porque no servían las
maquinas. Se salía el vapor de la tubería y de la caldera, venia mucha gente y
ese amigo desesperado se bajó y comenzó a gritar ¡Vaaamonos, Vaaamonos!. El
Chalequín se bajó muy enojado y le llamó la atención diciéndole, ¡Usted no puede decir vámonos! -solo el
conductor lo puede decir- entonces el amigo le respondió -¡Chalequín, vaya a Chin… a su madre!- ¡Eso
si puede decir! Pero no puede decir vámonos… le replico el Chalequín.
El Cruce
con el Sud-Pacifico
A Culiacán llegaban dos ferrocarriles. Del
norte desde la frontera hasta Guadalajara pasaba el Sud Pacifico, (El Sud
Paciencias). y de Culiacán a Navolato,
el Ferrocarril Occidental de México. (El Tacuarinero). Cuando se llegaban a
encontrar pasaba lo siguiente: En el crucero de las dos vías había un banderín,
pero el Ferrocarril Occidental tenía la preferencia. Le pitábamos al banderín
para pasar, y si venia el Sud Pacifico pitaba también. Pero el de la bandera
paraba el Sud Pacifico y nos daba el pase a nosotros al Occidental, porque por
antigüedad teníamos el derecho de vía Un día venía uno de pasajeros y veníamos
nosotros, pedí la bandera para pasar, el otro también; pues le pararon al de
pasajeros y nos dieron el pase a nosotros. haaa ¡Hubieran visto! Después no
podía moverse el Sud Pacifico Porque estaba en curva y es que nosotros teníamos
el derecho Si el Sud-Pacifico hubiera pedido la bandera primero y después yo,
le hubieran dado el paso.
El Accidente
Del Palmito para acá había un “suichi” Un
tramo de vía donde metía los
carros el Sud-Pacifico para que al otro día nosotros, los jalábamos
para llevarlos a Navolato al empaque de azúcar. En una ocasión, veníamos de
Altata, era un domingo, y como ahí en la vía principal donde veníamos, había
una máquina del Sud-Pacifico haciendo maniobras en el patio metiendo varios
carros de tomate, no se pudo detener, la maquina le falló. Nosotros veníamos
duro, en ese entonces mi compadre era el maquinista y yo era el fogonero. Ya que
vio mi compadre muy cerquita los carros del Sud-Pacifico en el cruce, entonces
le metió más duro a ver si así libraba los carros. Pero no libro más que la
máquina y los de segunda, los carros de primera se hicieron añicos, no hubo
muertos pero si varios heridos. Eso pasó en los cincuentas.
A Toda Velocidad
El Ferrocarril Occidental
corría a una velocidad de treinta kilómetros por hora. No podíamos corre más
porque la vía era vía angosta, y muchas
partes no tenían durmientes, llegaba uno cargado donde el riel no tenía
durmientes y se quebraba. Los rieles de fierro
eran muy vidriosos, se quebraban con el paso de los carros y las vías se
desviaban para un lado y para el otro y ahí era donde se enterraban los carros
en la tierra porque ya no agarraban el riel; ¡Quedaban cruzados! y la caja
agarraba por donde podía. Recuerdo que en una ocasión llegamos de paso a San
pedro; yo me baje y vi a un amigo que estaba en la estación con un burro y
comentó que iba apurado a Culiacán. A mí
se me ocurrió decirle “Sí quieres llegar temprano, encarga el burro con
alguien y yo te doy un ráite a Culiacán”
¡No amigo si lo que yo quiero es llegar pronto! Me contestó.
El Último Viaje del Tacuarinero
En 1961 me tocó sacar por
última vez la máquina del Tacuarinero, era un día lunes. Cargaron en una
plataforma todos los fierros que había en el taller, taladros tornos etc. Yo
los tenía que llevar a la estación del Sud-Pacifico. Subimos una banda a la
plataforma y unos cuantos cartones de cerveza para tomárnoslos en el viaje
¡Como era el último! A mí se me hacía un nudo en la garganta cuando hacía
llorar la máquina con el silbato. Toda la gente a los lados de la vía estaba
llorando porque se iba a acabar el ruido del tren aquél. Se me atoraba algo en
la garganta, no podía tragar de lo emocionado que iba. Yo lloré ¡Tenía que ser! Ya se iba a acabar ese ruido. Todos los
muchachos los plebes, lo sintieron mucho porque nosotros les dábamos cañas al
pasar. Por eso estaban muy sentidos, porque ya no iba a ver ferrocarril.
Íbamos puros trabajadores y
varios cargadores que iban a descargar lo que llevábamos de La Redonda. El
fogonero era Fidencio Medina primo hermano mío, y luego unos garroteros, José
López, otro… no me acuerdo, eran tres. Todo lo dejamos en la estación del, Sud
Pacifico. A la siguiente semana me jubilé y junto conmigo los más viejos. Ya no
quise seguir y entraron las máquinas del Sud Pacifico. No me querían jubilar
porque decían que yo podía seguir trabajando. ¡Pero no! Les dije que seguiría
trabajando si me pagaban un sueldo extra, si no, pues no trabajaba.
Los Recuerdo Perdidos
Yo guardé algunas cachuchas y
un overol, pero ya se acabó todo eso. Tenía fotografías pero vino un amigo que
dizque “para hacer un libro sobre el ferrocarril”. Se las presté y jamás se
acordó de traerme las fotos. Eran varías y diferentes. Sentado yo en la
Máquina, en la ventana, Subiéndome al tanque para revolver el aceite con una
revolvedora. Y todo eso se lo llevó. ¡Ni una me dejó! Me dijo que no
desconfiara, yo de buen corazón se las facilité, era un moreno delgadito. Ahí
quedó el asunto.
La Huesuda
Ya tengo muchos años,
¡Noventa! Dios me ha visto con ojos de piedad, Yo doy gracias a él que todavía
me está conservando. De mis compañeros solo quedan dos, un muchacho que creo
que se llama Catarino Félix y Evaristo Félix, son primos hermanos, ellos fueron
conductores. Nunca pienso en la muerte porque yo me encomiendo a Dios y él se
acordara de mí el día que él quiera, hasta ahí dura la vida. La vida la camino
conforme el tiempo va pasando. No le temo a la huesuda, al cabo que cuando ella
llegue ahí le paramos.
Faltó decir que en el tacuarinero se paseaba a la Reyna del carnaval de Culiacán por todo el camellón del bd Gabriel Leyva, las últimas en hacer ese paseo fueron las reynas Olivia Aragón y Julieta Irizar, mujeres muy bellas por cierto. No recuerdo el año pero si si recue que yo ví el paseo en las tres águilas, una ferreteria que estaba en la esquina de N. Bravo y Bd Fco. I. Madero
ResponderEliminarPreciosas remembranzas que vale la pena publicarlas y asi darnos cuenta la rica historia de nuestro querido Culiacán que tristemente de los 80's para acá empezó a ser diferente con la contaminación social de la delincuencia organizada y desorganizada.. Leí q el gerente era Alberto Zazueta Duarte? Este Hombre era de Sataya?
ResponderEliminarY alguien sabe hasta que año vívio don Celso Inzunza Medina? Ese hombre merece un reconocimiento oficial por lo que hizo en bien de la comunidad regional culichi..Lo propongo oficialmente!
ResponderEliminarCelso Inzunza Medina fué mi bisabuelo, falleció poco antes del año 2000...pasaba ya los 90 años y aún estaba en forma, con lucidez mental suficiente para contarnos esas historias y otras historias, tenía el hábito de recolectar y aplastar latas de cerveza y caminar hasta las hojalateras y venderlas(no sabía permanecer quieto, a su edad todavía salía caminando a hacer sus vueltas solo). Vivió en su casa en la colonia 5 de Mayo (frente al Hospital del ISSSTE) fué de los primeeeeros invasores que fundaron esa colonia. Era de esos hombres "de antes" que resistían de todo. Curiosamente falleció un 12 de diciembre, fiel a sus costumbres y creencias, se dispuso a ir a visitar a la Virgen de Guadalupe en su día...caminando como siempre, resbaló en una guarnición del camellón del Boulevard Gabriel Leyva casi frente a la Cruz Roja, se dió un golpe en la cabeza al caer y lo internaron en el Seguro Social...ya no volvió en si. Murió como siempre dijo que no iba a dar lata, que no le gustaba ser una carga para nadie...En Paz Descanse!!!
ResponderEliminarCreo que somos familia
EliminarYo soy nieta de epifanio inzunza
Llevaba tiempo tratando de localizar esta entrevista...Gracias por publicarla!! si "el tata Celso" no hubiera tenido ese accidente hubiera durado con nosotros muuucho más estoy seguro, envidiable su fortaleza.
ResponderEliminarEsta si q es historia de las buenas,me gustaria q asi como se presento un bisnieto(a)asi manifiestense familiares de este señor(don Celso)para conocer de estas historias y porque no hacer un documental de estos hechos y otros mas q son cultura Sinaloense,haber señores historiadores e investigadores levanten la mano q de aqui sale mucho material para su trabajo
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