jueves, 7 de mayo de 2020

El Último Maquinista de El Tacuarinero. Celso Inzunza Medina


CELSO INSUNZA MEDINA

“El último Maquinista del Tacuarinero”
Entrevista de Luis Antonio García Sepúlveda
en 1995
Transmitida En El Verano De 1998
Por  XEUAS Radio Universidad
En El Programa “Crónicas De Culiacán Rosales”



Mi nombre es Celso Inzunza Medina  yo fui el último maquinista del ferrocarril
Occidental conocido por el pueblo como “El Tacuarinero” Nací el seis de Abril de 1908 en Los Alamitos de San Pedro, un rancho que está a un lado de Navolato. Mis padres fueron Epifanio Insunza y Juana medina. Mi abuela se llamaba Trinidad, a mi padre no lo conocí. Yo me crie con mi abuela, y cuando murió ella, me vine a Culiacán. Aquí me casé con Ramona López y tuvimos seis hijos, tres mujeres y tres varones, Celso, Álvaro, Ignacio, y mis  hijas Evangelina, Teresa y Guadalupe.

En el Ferrocarril Occidental de México
    A los quince años de edad comencé a trabajar en el ferrocarril sacando y metiendo durmientes, luego fui fogonero en una máquina de leña, porque antes, eran máquinas de leña. Trabajé mucho tiempo metiendo leña en esas máquinas, había unos paseos a Altata y yo era fogonero en esos viajes, metía cuatro tanques de leña, dos de ida y dos de vuelta.

Trabajábamos casi doce horas diarias yo ganaba $2.50 al día, no había horas extras ni nada de eso. Trabajábamos todo el día. El maquinista ganaba $3.50 se llamaba Alberto Molina y era mi compadre. Cuando él murió yo subí a maquinista. Era gerente don Ismael Douglas, luego Carlos Sentís y finalmente don Alberto Zazueta Duarte.

    Yo me llevaba muy bien con él, con otros salí mal porque como yo era constante en mi trabajo, no me gustaba que un individuo tratara malamente a un trabajador y yo sacaba la cara por él. Yo no era nadie, ni cosa alguna del sindicato, pero me daban coraje las injusticias. A mí no tenían por qué decirme nada, si estaba mal me lo sacaban en cara, pero como ¡No! Me metía cuando maltrataban a un trabajador. Me decían ¿Por qué te metes tú? -les respondía- “Me meto porque no me gustan las injusticias”  Así era yo. Cuando el Sr. Zazueta me decía - ¿Estás listo para la hora de salida?- yo respondía –Si estoy listo, nomás que sea la hora- Yo nunca falte en mi trabajo, fui constante todo el tiempo, por eso es que este señor me apreciaba porque nunca le fallé. Era un hombre que si  le pedía dinero prestado, me lo prestaba porque sabía bien con quien contaba, ¡conmigo! porque nunca le fallé al trabajo.

  El Tacuarinero era como cualquier  tren de pasajeros. Íbamos a Navolato y a veces solo llegábamos hasta El Limoncito de los Ramos porque el río tenía agua. En tiempos de secas poníamos una vía en la arena para pasar al otro lado y llegábamos hasta Altata. Entre semana llevábamos a Navolato carros para cargarlos de azúcar, cuando se venía el río ya no podíamos pasar a Navolato. Los meses que pasábamos a Altata eran Abril y Mayo.

La estación en Culiacán
     En los terrenos de lo que hoy es la estación de autobuses, en el Boulevard Leyva Solano, cerca del panteón municipal estaba la terminal del ferrocarril Occidental. Por lo que ahora es el boulevard estaban las vías. Ahí estaba “La redonda” donde metíamos la máquina. “La redonda” era un edificio de lámina redondo con dos puertas que cerrábamos, adentro había taller mecánico para arreglar las ruedas y tornearlas con un torno grandote. Cuando nos íbamos a la casa metíamos ahí la máquina, era un edificio largo.

Los Viajes a Altata
      En Abril y mayo llevamos a Altata, plataformas cargadas de gente. Salíamos de Culiacán a las ocho de la mañana, con cuatro jaulas y dos carros de primera. El personal que iba a bordo era: El conductor, el fogonero, tres garroteros y yo de maquinista, en total éramos seis. Los carros de primera eran unos carros con ventanillas amarillas y tenían como una cúpula en el techo. Tenían asientos de bejuco acolchonados con resortes. Los de segunda tenían bancos a los lados, dejando libre el centro para poder caminar.  Tenían unas tablas por detrás y unos estacones para respaldo, las bancas eran de tablones. Las plataformas no tenían techo, estaban libres a ¡Rin pelón! Pero se llenaban de gente. En los de primera cobrábamos un peso con diez centavos el viaje a Altata ida y vuelta. Y en los carros de segunda cincuenta y cinco centavos. A bordo se vendía cerveza y tocaban dos bandas, a los carros se  subía en Aguaruto una señora gorda que llevaba unos canastotes de tacuarines y empanadas, las vendía baratas, ¡a cinco centavos! Precisamente por las vendedoras de tacuarines, el pueblo lo bautizó como “El Tacuarinero”.

   Tardábamos como tres horas en llegar a Altata, y es que el tren se paraba mucho porque la gente se iba subiendo. Llegábamos al puerto como a las once más o menos. De ahí  parábamos como hasta las cuatro de la tarde. A las tres y media dábamos un pitazo para que las gentes que se habían ido al otro lado de la isla, se vinieran y tomaran las canoas. A las cuatro salíamos de Altata ya con toda la gente, nos veníamos y llegábamos como a las seis de la tarde a la estación de Culiacán.  El conductor en ese tiempo se llamaba Fidel, no me acuerdo de su apellido, él era el que quitaba los boletos, y el que los vendía era Don Fito, así le decían. Hubo un viejo conductor que se llamaba Charles King, pero la gente le decía “Chalequín” Recuerdo que en una ocasión, venia un amigo muy desesperado por llegar al Nuevo Culiacán, y nosotros nos encontrábamos  agarrando vapor, porque no servían las maquinas. Se salía el vapor de la tubería y de la caldera, venia mucha gente y ese amigo desesperado se bajó y comenzó a gritar ¡Vaaamonos, Vaaamonos!. El Chalequín se bajó muy enojado y le llamó la atención diciéndole,  ¡Usted no puede decir vámonos! -solo el conductor lo puede decir- entonces el amigo le respondió  -¡Chalequín, vaya a Chin… a su madre!- ¡Eso si puede decir! Pero no puede decir vámonos… le replico el Chalequín.

 El  Cruce con el Sud-Pacifico 
     A Culiacán llegaban dos ferrocarriles. Del norte desde la frontera hasta Guadalajara pasaba el Sud Pacifico, (El Sud Paciencias).  y de Culiacán a Navolato, el Ferrocarril Occidental de México. (El Tacuarinero). Cuando se llegaban a encontrar pasaba lo siguiente: En el crucero de las dos vías había un banderín, pero el Ferrocarril Occidental tenía la preferencia. Le pitábamos al banderín para pasar, y si venia el Sud Pacifico pitaba también. Pero el de la bandera paraba el Sud Pacifico y nos daba el pase a nosotros al Occidental, porque por antigüedad teníamos el derecho de vía Un día venía uno de pasajeros y veníamos nosotros, pedí la bandera para pasar, el otro también; pues le pararon al de pasajeros y nos dieron el pase a nosotros. haaa ¡Hubieran visto! Después no podía moverse el Sud Pacifico Porque estaba en curva y es que nosotros teníamos el derecho Si el Sud-Pacifico hubiera pedido la bandera primero y después yo, le hubieran dado el paso.

El Accidente
     Del Palmito para acá había un “suichi” Un tramo de vía donde metía los
carros el Sud-Pacifico para que al otro día nosotros, los jalábamos para llevarlos a Navolato al empaque de azúcar. En una ocasión, veníamos de Altata, era un domingo, y como ahí en la vía principal donde veníamos, había una máquina del Sud-Pacifico haciendo maniobras en el patio metiendo varios carros de tomate, no se pudo detener, la maquina le falló. Nosotros veníamos duro, en ese entonces mi compadre era el maquinista y yo era el fogonero. Ya que vio mi compadre muy cerquita los carros del Sud-Pacifico en el cruce, entonces le metió más duro a ver si así libraba los carros. Pero no libro más que la máquina y los de segunda, los carros de primera se hicieron añicos, no hubo muertos pero si varios heridos. Eso pasó en los cincuentas.
     
A Toda Velocidad
     El Ferrocarril Occidental corría a una velocidad de treinta kilómetros por hora. No podíamos corre más porque la vía era  vía angosta, y muchas partes no tenían durmientes, llegaba uno cargado donde el riel no tenía durmientes y se quebraba. Los rieles de fierro  eran muy vidriosos, se quebraban con el paso de los carros y las vías se desviaban para un lado y para el otro y ahí era donde se enterraban los carros en la tierra porque ya no agarraban el riel; ¡Quedaban cruzados! y la caja agarraba por donde podía. Recuerdo que en una ocasión llegamos de paso a San pedro; yo me baje y vi a un amigo que estaba en la estación con un burro y comentó que iba apurado a Culiacán. A mí  se me ocurrió decirle “Sí quieres llegar temprano, encarga el burro con alguien y yo te doy un ráite a Culiacán”  ¡No amigo si lo que yo quiero es llegar pronto! Me contestó.

El Último Viaje del Tacuarinero
     En 1961 me tocó sacar por última vez la máquina del Tacuarinero, era un día lunes. Cargaron en una plataforma todos los fierros que había en el taller, taladros tornos etc. Yo los tenía que llevar a la estación del Sud-Pacifico. Subimos una banda a la plataforma y unos cuantos cartones de cerveza para tomárnoslos en el viaje ¡Como era el último! A mí se me hacía un nudo en la garganta cuando hacía llorar la máquina con el silbato. Toda la gente a los lados de la vía estaba llorando porque se iba a acabar el ruido del tren aquél. Se me atoraba algo en la garganta, no podía tragar de lo emocionado que iba. Yo lloré  ¡Tenía que ser!  Ya se iba a acabar ese ruido. Todos los muchachos los plebes, lo sintieron mucho porque nosotros les dábamos cañas al pasar. Por eso estaban muy sentidos, porque ya no iba a ver ferrocarril.

  Íbamos puros trabajadores y varios cargadores que iban a descargar lo que llevábamos de La Redonda. El fogonero era Fidencio Medina primo hermano mío, y luego unos garroteros, José López, otro… no me acuerdo, eran tres. Todo lo dejamos en la estación del, Sud Pacifico. A la siguiente semana me jubilé y junto conmigo los más viejos. Ya no quise seguir y entraron las máquinas del Sud Pacifico. No me querían jubilar porque decían que yo podía seguir trabajando. ¡Pero no! Les dije que seguiría trabajando si me pagaban un sueldo extra, si no, pues no trabajaba.


Los Recuerdo Perdidos
    Yo guardé algunas cachuchas y un overol, pero ya se acabó todo eso. Tenía fotografías pero vino un amigo que dizque “para hacer un libro sobre el ferrocarril”. Se las presté y jamás se acordó de traerme las fotos. Eran varías y diferentes. Sentado yo en la Máquina, en la ventana, Subiéndome al tanque para revolver el aceite con una revolvedora. Y todo eso se lo llevó. ¡Ni una me dejó! Me dijo que no desconfiara, yo de buen corazón se las facilité, era un moreno delgadito. Ahí quedó el asunto.

La Huesuda
     Ya tengo muchos años, ¡Noventa! Dios me ha visto con ojos de piedad, Yo doy gracias a él que todavía me está conservando. De mis compañeros solo quedan dos, un muchacho que creo que se llama Catarino Félix y Evaristo Félix, son primos hermanos, ellos fueron conductores. Nunca pienso en la muerte porque yo me encomiendo a Dios y él se acordara de mí el día que él quiera, hasta ahí dura la vida. La vida la camino conforme el tiempo va pasando. No le temo a la huesuda, al cabo que cuando ella llegue ahí le paramos.

martes, 29 de septiembre de 2015

El Escudo De Armas Del Municipio De Culiacán, Los Códices Y Lorenzo Boturini

El Escudo De Armas Del Municipio De Culiacán,
Los Códices Y Lorenzo Boturini
Luis Antonio García Sepúlveda


El Escudo de Armas de Culiacán, hace una referencia simbólica de su historia, del clima de la región y de la labor de sus habitantes. Encontramos que en el campo del escudo cubierto de un color rojizo de tierra, resalta un jeroglífico que representa un cerro con una cabeza humana en la cima, muy inclinada hacia adelante. En su base tiene una abertura, misma que representa la caverna donde los aztecas encontraron a su Dios Huitzilopochtli, quien les ordenó (según la leyenda) iniciar un viaje hasta encontrar un lugar donde formarían un imperio.

El jeroglífico representa al Dios Coltzin, palabra náhuatl que significa el Dios torcido. El historiador Gutierre Tibon, relaciona este Dios con Huehueteotl (el viejo dios del fuego), cuya representación es la de un anciano encorvado. Algunos investigadores basados en el código Boturini, especulan que los aztecas, al llegar a Culiacán, encontraron en una caverna situada en un cerro, a un anciano de gran sabiduría, que les ordenó iniciar un viaje en busca de una tierra mejor. Los aztecas siguieron sus órdenes, e hicieron una silla para en hombros llevarlo con ellos, de ahí nacieron las palabras teocpali (asiento de Dios) y teomama (cargar a Dios). El pueblo azteca tenía la costumbre de divinizar a sus líderes, por lo que no es remoto, que al morir este anciano lo elevaran al rango de Dios. Además existe el antecedente de que en Colhuacán, antiguamente al río Humaya se le llamaba Oraba, que en lengua cahita significa el río del viejo".

Detrás del jeroglífico que representa a Coltzin, hacia la derecha aparecen simbolismos de agua que aluden a los ríos; en la parte centro y hacia la izquierda, aparece una cruz seguida por un camino donde se observan huellas de pies, las cuales conducen a una construcción símbolo de la labor de los misioneros, que de San Miguel de Culiacán, partieron hacia el norte, llevando con heroísmo su labor de predicación evangelizadora y cultural. Sobre la bordura de color carmín, se lee en su parte superior la palabra Culiacán y en su parte inferior la palabra Colhuacán, término náhuatl que algunos historiadores traducen como lugar de los que adoran al Dios Torcido".

En la parte superior del escudo, se sitúa un cerro con una semilla en germinación y sobre la misma la imagen de un sol en oro, que simboliza el clima tropical de la región, así como la labor de sus esforzados habitantes. El dos de agosto de 1960, siendo presidente municipal el señor Amado Estrada Rodríguez, se decretó escudo oficial del municipio de Culiacán Rosales, Sinaloa. El proyecto elaborado por el señor Rolando Arjona Amábilis

Los Códices
Los códices son tiras de papel de diversos tamaños; eran hechos de diferentes materiales: algunos de maguey, otros de cáñamo y la mayoría de la corteza del árbol llamado AMATE, del cual se cree que en Sinaloa abundaba este árbol; en el municipio de Culiacán está el rancho Amatàn Sindicatura de Sanalona. Antiguamente se llamaba AMATL, que en lengua náhuatl significa "LUGAR DONDE ABUNDAN LOS AMATES" (se ignora si en este lugar alguna vez llegaron a fabricar papel.


El códice Boturini
Es una tira de papel amate, de 5.44 Mts. De largo por 24 cms. de ancho, doblada originalmente en 22 partes desiguales; se le conoce también como "TIRA DE LA PEREGRINACION", que contiene el relato por medio de dibujos del éxodo que hicieron los aztecas, desde Aztlán hasta llegar al valle del Anáhuac. Dicha peregrinación, según diversos historiadores, especulan que duró entre 100 a 200 años. Al códice BOTURINI se le llama así, en honor del investigador italiano Lorenzo Boturini (1702-1755), quien llegó a la ciudad de México en el año de 1736, siendo recibido con mucho recelo de parte de las autoridades españolas, que veían en todo extranjero un espía. La historia de la aparición de la virgen de Guadalupe, fue un tema que obsesionó a Boturini, quien durante seis años se dedicó a investigar y coleccionar toda clase de testimonios que probaban la veracidad de la historia, recorriendo todas las bibliotecas y archivos diversos.

Fue en la biblioteca del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de los Jesuitas, que hizo el más extraordinario de los hallazgos: consistía en la colección formada, el siglo anterior por el cronista
Fernando de Alba Ixtlilxochit1 (1577-1648), descendiente de los reyes de Texcoco, que había pasado a manos de Carlos Sigüenza y Góngora (1645-1700) quien legó la colección al mencionado colegio, donde la descubrió Boturini, y quien sin grandes dificultades la pudo adquirir.

La colección estaba integrada por: La tira de la Peregrinación, el códice Xólotl, La tira de Tepechpan y el Tonalámatl. Otros documentos que añadió Boturini fueron la crónica de Tlaxcala escrita en náhuatl, y las crónicas de Hernando Alvarado Tezózomoc, y diversos manuscritos relacionados con el milagro del Tepeyac. El entonces virrey de la Nueva España, don Pedro Cebrián y Agustín, en 1742, se enteró de la labor de Boturini para lograr la coronación de la Virgen de Guadalupe, y se indigno porque éste solicitara apoyo económico. Lo envió a un juez, quien mandó confiscar todos los bienes y documentos del italiano, quien fue enviado a prisión, donde permaneció por nueve meses. Al salir, Boturini fue conminado a embarcar un navío de regreso a España.

Al llegar a España, Boturini se puso en contacto con el rey Felipe V, hombre culto que comprendió la labor del italiano y giró órdenes al virrey, para que se protegieran los bienes del italiano y se le
restituyeran. Boturini escribió una obra: "Idea Para Una Nueva Historia General De La América
Septentrional” con un catálogo final con el nombre de los documentos que había podido leer en la ciudad de México.

Este italiano, al igual que muchos extranjeros, se enamoró de la riqueza histórica de México,
la misma que la mayoría de los mexicanos desconocen o relegan al fondo de su memoria, como una materia más, que en la escuela los maestros les enseñaron. Al paso de los años, muchos códices fueron sacados de nuestra patria y actualmente se encuentran exhibiéndose o almacenados en museos de diferentes partes del mundo. La tira de la peregrinación, estuvo un tiempo en Londres, pero fue rescatada por el gobierno mexicano y actualmente se encuentra en el Museo Nacional de Antropología e Historia, exhibiéndose una copia facsimilar en la Sala Azteca, para satisfacción de los miles de mexicanos y extranjeros amantes de nuestra rica herencia histórica.

BIBLIOGRAFIA
Herberto Sinagawa Montoya, “Sinaloa, Historia y Destino” Pág. 32 Editorial Cahíta.
- Francisco Javier Clavijero. Historia Antigua de México. Editorial Porrúa Hnos.
- Hans Lenz. El Papel Indígena Mexicano. Editorial SEP.
- Jesús Lazcano Ochoa. El Chicomoztoc de Huey Colhuacan.
- Tomás Doreste El Enigma de Aztlán. Editorial Planeta.
- Héctor R. Olea, Los Asentamientos Humanos en Sinaloa. Editorial UAS.

- Gutierre Tibón. Historia del Nombre y de la Fundación de México. Editorial FONDO de Cultura Económica.

viernes, 3 de abril de 2015

La Mujer que Viajaba a la Montaña



La Mujer que Viajaba a la Montaña
Luis Antonio García Sepúlveda

Hace muchos, pero muchos años, siendo yo un niño, mi abuela me relató la siguiente historia…
Corría el año de 1931, mi padre tenía seis años de edad, y mi abuelo Don Antonio G. García y mi abuela Carmen Ramos Arenas, se encontraban en San Pedro de las Colonias, un pequeño poblado perdido en el paisaje desértico de Coahuila.

Los habitantes eran  rústicos agricultores que con mucho sacrificio le sacaban a la tierra cosechas de trigo, frijol, maíz, sorgo y algodón para sobrevivir.  Mi abuelo quién se había regresado de Estados Unidos, donde perdió en un banco todo el dinero que había ahorrado debido a la gran depresión, (Siguiendo el consejo y dirección de su hermano mayor Romualdo, quién tenía un rancho vecino) con lo poco que le quedaba compró una parcela de terreno.

Sin embargo ese año hubo una inclemente sequía que hizo imposible tener una buena cosecha, amén de que un incendio arrasó con los esfuerzos de mi abuelo y volvió cenizas la pobre cosecha que esperaba, teniendo que regresarse a Saltillo.  Sin embargo aparte del agobiante calor, el incendio, las esperanzas perdidas y unas enormes tarántulas que habitaban el techo de la vieja casona donde vivía la familia (Posteriormente mi padre,  84 años después me relataría el horror que le causaban los arácnidos) mi abuela, aparte de lo anterior, recordaba una mujer llamada Gloria que tenía  una exigua tienda en el pueblo.

Gloria, era objeto de burlas de los habitantes del poblado y regaños de su marido, ya que ella a raíz de un golpe en la cabeza, inesperadamente se quedaba “Dormida” y entraba en una especie de trance. Cuando despertaba relataba que un hombre en un carruaje iba por ella y la transportaba a una montaña donde había un castillo rodeado de hermosos jardines y ahí  convivía con grandes personajes.

Desde luego que Gloria era tomada como una loca  mentirosa. Mi abuela Carmen la trató y se dio cuenta que no estaba desequilibrada, se hizo amiga de ella. Le disgustaba mucho el trato despectivo y burlón con que la gente del pueblo la trataba. Gloria era una mujer normal en todo, excepto en esa especie de trances en que caía. Ella le juró a mi abuela que todo lo que decía y pasaba era cierto.

Un día, Gloria le dijo a mi abuela, que iba a traer una prueba de que ella decía la verdad para que no se rieran de ella. Ese mismo día se declaró el incendio que hizo que mi abuelo abandonara la idea de convertirse en agricultor.

Mi abuela a la mañana siguiente  fue a despedirse de su amiga ya que se iba del pueblo. Al ver a la mujer mi abuela se extrañó que la recibiera muy contenta, le preguntó a que se debía esa alegría, entonces Gloria sacó de entre sus ropas la prueba de que sus viajes al castillo de  la montaña eran verdad.

Le mostró dos pequeñas ramas verdes, una era de olivo y la otra de un pino.  Le dijo que sin que se diera cuenta el cochero,  ella antes de subirse al carruaje, cortó las ramas y las escondió entre sus ropas, y se las iba a enseñar a su esposo que en esos momentos se hallaba en la parcela.  

Mi abuela no supo cuál fue la reacción del marido de Gloria, porque esa mañana ella, mi padre y mi abuelo regresaron a Saltillo y nunca supo más de su amiga y los viajes al castillo en la montaña. Pero toda su vida se acordó de ella y de las ramas verdes de olivo y pino recién cortadas que en medio de un desierto, su amiga Gloria le mostró.

martes, 3 de febrero de 2015

Fantasmas en la Niebla



Fantasmas en la Niebla
    Luis Antonio García Sepúlveda

A veces las noches invernales de Ensenada son fantasmales, la niebla cubre todo y las luces crean figuras que se acercan y se alejan espectralmente. Lo peor que te puede pasar, es quedarte sin gasolina en la madrugada, cuando no hay taxis ni transporte urbano público.




El joven caminaba apresuradamente en medio de una niebla que creaba volutas a su alrededor, el viento de los carros que pasaban formaban remolinos blancos y espesos que lo envolvían. Caminaba hacia la gasolinera más cercana con un garrafón de plástico en una mano.   

Llegó al aeropuerto militar por la Avenida Reforma. En un lado de la ancha rúa,  había una barda larga, eterna y oscura, y por el otro una serie de bodegas cerradas sin ninguna señal de vida humana. Los autos pasaban vertiginosos. A los conductores no les importa lo que pase a las orillas de la avenida, que en un tramo se convierte en la carretera Transpeninsular.

El viento húmedo y frio azotaba su cara y lo hacía estremecerse, apuraba su paso con angustia. La niebla, el frio, el viento, la oscuridad y la soledad lo hacía sentirse totalmente vulnerable, indefenso ante lo inesperado. 

En un tramo de su ruta, un hombre enorme, corpulento, vestido con una chamarra negra de piel, de esas que usan los motociclistas americanos,  sentado en una banca, lo miró fijamente. El joven aceleró su caminata mirando al suelo. Caminó 30 metros y de reojo volteó ligeramente hacia atrás, el tipo del banco se había parado y lo seguía, el pulso se le aceleró y caminó aún más rápido. Cincuenta metros adelante, volteó a su espalda, el tipo enorme estaba a cinco metros de él.

Un rayo de luz lanzado por los faroles de un auto, iluminó el rostro de su seguidor. Lo que vio le hizo temblar de miedo, el hombre de casi dos metros, con la cabeza cubierta con una gorra de lana oscura, tenía unos rasgos feroces, muy blanco, casi albino, de nariz muy ancha como de boxeador, pómulos salientes, labios gruesos, mandíbula grande y prominente, ojos negros y de mirada afiebrada, lo miraba directamente, -¡Oye, espérame!- le gritó con una voz ronca. Un banco de niebla espesa lo desapareció de su vista.

Quiso comenzar a correr pero sus cansadas piernas le fallaron, su corazón  latía aceleradamente y el aliento le faltaba, -“Este tipo me va a asaltar y me va a matar”- Pensó. Avanzó dos metros cuando sintió que  una enorme y pesada mano le sujetó de un hombro. Su corazón se paralizó, abrió los ojos enormemente pensando que una daga le iba a atravesar la espalda. La enorme mano le hizo voltear a ver al corpulento tipo que lo sujetaba y temblando, pasando saliva le pregunto.
-¿Quue quue quiere?

El hombrón exhalaba un vaho tan fuerte que formaba una nube que se evaporaba con el viento.
Entonces con una voz gruesa y cavernosa, le preguntó.
-¿Te gustan los perros?
El joven sorprendido, miró a un cachorrito de apenas un mes de nacido que el hombrón sostenía en una de sus manos.
-¡Si!
¡Es tuyo! -El gigante rudamente se lo dio, y el joven como autómata lo tomó en sus brazos, luego a grandes zancadas el hombre se perdió en la oscuridad de la noche.

El joven siguió caminando sosteniendo un garrafón en una mano y un pequeño perrito acurrucado en sus brazos, la niebla como una colosal ola se lo tragó.

Sí, a veces las noches invernales de Ensenada son fantasmales.

miércoles, 28 de enero de 2015

El Mágico Mundo de los Cafés




El  Mágico Mundo de los Cafés
(Satisfactor De Las Necesidades Humanas)
Luis Antonio García Sepúlveda
E-Mail:luis_antonio51@hotmail.com
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   Sin duda alguna para los que tenemos como religión (incluso los ateos) el asistir diariamente a un café, el título de este escrito les llamará la atención, y es que analice usted, estimado lector, si no son mágicos los momentos que algunos mortales vivimos en los cafés, quienes no tienen esa costumbre o vicio, como dirían algunos recalcitrantes críticos, preguntarán en tono de infinito desprecio ¿Qué pueden tener de mágicos los cafés?.  Bueno para responder, primero veamos lo siguiente: ¿Quienes son los clientes?, actualmente existen millones de personas que, aunque estén casadas,  por razones de tiempo y distancia, al salir de su trabajo no pueden ir a su hogar a prepararse su comida, de hecho la situación es peor si ambos cónyuges trabajan, o bien si están divorciados.  ¿A dónde van? ¡al café!, otros por estar jubilados tienen mucho tiempo libre y no saben que hacer, así es que, ¿a dónde van?, ¡Al café!, ¿a dónde irán dos hombres de negocios que quieren platicar sin ser interrumpidos?, ¡Al café!, ¿a dónde van por las tardes el grupo de señoras que se reúnen una vez por semana?, ¡Al café!, ¿donde se citan los enamorados?, ¡En el café!. ¿Dónde creen ustedes que escribía J.K. Rowlin, la autora de Harry Potter, quién con sus novelas se hizo más acaudalada que la reina de Inglaterra?, ¡Pues en el café! [1]

Para comprender el éxito de estos negocios recordemos la escala de las necesidades de los seres humanos
1º- Comida, abrigo y descanso
2º- Seguridad
3º- Placer, recreación
4º- Reconocimiento y posición social

Primero: el ser humano constantemente necesita cubrir sus necesidades físicas básicas, alimento abrigo y descanso. Reflexione estimado lector o radioescucha, ¿cuántas veces le ha ocurrido que tiene hambre y no puede ir a su casa, ¿en que piensa?, ¡pues en un buen café!. Si llueve o hace frió, usted sabe que ¡ahí! en el café de su preferencia  estará, confortablemente alimentado y podrá descansar todo lo que usted quiera, se sienta y ahhhh llega a usted un rico aroma, saborea su platillo favorito en un asiento cómodo y con una buena música que le calmara su atormentada alma de los vaivenes y requerimientos de la vida moderna.

Segundo Seguridad: Llega usted  al café y sabe perfectamente que nadie lo va a agredir, al contrario, las meseras o meseros, con una sonrisa y palabras amables, le saludan y le sirven, además si esta atormentado porque debe la renta, el pago de la mueblería, el carro etc. Usted estará tranquilo sabiendo que ningún cobrador se va a parar en su mesa, así es que por unos cuantos minutos o horas según elija, usted tendrá la seguridad física y emocional que tanto necesita para pensar en la forma de salir de sus problemas o bien simplemente olvidarlos.

Tercero y cuarto, placer recreación y reconocimiento social: Además del placer de tomar sus alimentos o bebidas favoritas, y tal ves de escuchar su música preferida, podrá asistir a una interesante tertulia con sus amigotes del café, y no importa si lo que platican son unas soberanas estupideces, todos se sentirán felices de externar su opinión, o bien de entrar en la discusión con su rival de la mesa favorito, ese que por costumbre y por tratar de sentirse superior a todos, siempre da la contra a todo lo que se diga.

Además en un buen café popular, las diferencias sociales se desvanecen un poco y lo mismo pueden convivir de mesa a mesa o banco a banco, el aristocrático millonario, el artista pobre, el escritor intelectual, el ama de casa, o el humilde vendedor de cachitos de lotería, el ejecutivo de negocios.
o las bulliciosas y coquetas estudiantes que con su belleza y juventud, proporcionan el atractivo visual a los ávidos ojos de los caballeros, especialmente de aquellos que presumen tener lo que en su vida privada ya perdieron (el vigor)

Encontramos además al marido oprimido que por un buen rato y por una buena propina, se da el lujo de mandar con voz autoritaria, a las amables meseras o meseros que constantemente le llenan su taza de café, ellos han sido aleccionados precisamente para hacer sentir a los clientes mejor que en su propia casa. Sin duda alguna el café responde a las necesidades básicas del ser humano, y desde luego ¿En que otro lugar puede usted leer el periódico del día o la ultima novela de casi novecientas páginas de Harry Potter,  o escribir el informe de trabajo, o el articulo que el escritor necesita para publicarlo y así cobrar el dinero que le permita sumergirse en... El mágico mundo de los cafés.


[1] J.K. Rowling vista por J.K. Rowling autora de la serie Harry Potter por Lindsey Fraser. Pág. 45 Editorial RBA Libros, S.A. 2001