La Mujer que Viajaba a la Montaña
Luis Antonio García Sepúlveda
Hace muchos, pero muchos años,
siendo yo un niño, mi abuela me relató la siguiente historia…
Corría el año de 1931, mi padre
tenía seis años de edad, y mi abuelo Don Antonio G. García y mi abuela Carmen
Ramos Arenas, se encontraban en San Pedro de las Colonias, un pequeño poblado
perdido en el paisaje desértico de Coahuila.
Los habitantes eran rústicos agricultores que con mucho sacrificio
le sacaban a la tierra cosechas de trigo, frijol, maíz, sorgo y algodón para
sobrevivir. Mi abuelo quién se había
regresado de Estados Unidos, donde perdió en un banco todo el dinero que había
ahorrado debido a la gran depresión, (Siguiendo el consejo y dirección de su
hermano mayor Romualdo, quién tenía un rancho vecino) con lo poco que le
quedaba compró una parcela de terreno.
Sin embargo ese año hubo una
inclemente sequía que hizo imposible tener una buena cosecha, amén de que un
incendio arrasó con los esfuerzos de mi abuelo y volvió cenizas la pobre
cosecha que esperaba, teniendo que regresarse a Saltillo. Sin embargo aparte del agobiante calor, el incendio,
las esperanzas perdidas y unas enormes tarántulas que habitaban el techo de la
vieja casona donde vivía la familia (Posteriormente mi padre, 84 años después me relataría el horror que le
causaban los arácnidos) mi abuela, aparte de lo anterior, recordaba una mujer llamada
Gloria que tenía una exigua tienda en el
pueblo.
Gloria, era objeto de burlas de los
habitantes del poblado y regaños de su marido, ya que ella a raíz de un golpe
en la cabeza, inesperadamente se quedaba “Dormida” y entraba en una especie de
trance. Cuando despertaba relataba que un hombre en un carruaje iba por ella y
la transportaba a una montaña donde había un castillo rodeado de hermosos
jardines y ahí convivía con grandes
personajes.
Desde luego que Gloria era tomada
como una loca mentirosa. Mi abuela
Carmen la trató y se dio cuenta que no estaba desequilibrada, se hizo amiga de
ella. Le disgustaba mucho el trato despectivo y burlón con que la gente del
pueblo la trataba. Gloria era una mujer normal en todo, excepto en esa especie
de trances en que caía. Ella le juró a mi abuela que todo lo que decía y pasaba
era cierto.
Un día, Gloria le dijo a mi
abuela, que iba a traer una prueba de que ella decía la verdad para que no se
rieran de ella. Ese mismo día se declaró el incendio que hizo que mi abuelo
abandonara la idea de convertirse en agricultor.
Mi abuela a la mañana siguiente fue a despedirse de su amiga ya que se iba del
pueblo. Al ver a la mujer mi abuela se extrañó que la recibiera muy contenta,
le preguntó a que se debía esa alegría, entonces Gloria sacó de entre sus ropas
la prueba de que sus viajes al castillo de la montaña eran verdad.
Le mostró dos pequeñas ramas
verdes, una era de olivo y la otra de un pino. Le dijo que sin que se diera cuenta el cochero, ella antes de subirse al carruaje, cortó las
ramas y las escondió entre sus ropas, y se las iba a enseñar a su esposo que en
esos momentos se hallaba en la parcela.
Mi abuela no supo cuál fue la
reacción del marido de Gloria, porque esa mañana ella, mi padre y mi abuelo regresaron
a Saltillo y nunca supo más de su amiga y los viajes al castillo en la montaña.
Pero toda su vida se acordó de ella y de las ramas verdes de olivo y pino
recién cortadas que en medio de un desierto, su amiga Gloria le mostró.
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