Fantasmas en la
Niebla
Luis Antonio García Sepúlveda
A veces las noches invernales de
Ensenada son fantasmales, la niebla cubre todo y las luces crean figuras que se
acercan y se alejan espectralmente. Lo peor que te puede pasar, es quedarte sin
gasolina en la madrugada, cuando no hay taxis ni transporte urbano público.
El joven caminaba apresuradamente
en medio de una niebla que creaba volutas a su alrededor, el viento de los
carros que pasaban formaban remolinos blancos y espesos que lo envolvían. Caminaba
hacia la gasolinera más cercana con un garrafón de plástico en una mano.
Llegó al aeropuerto militar por
la Avenida Reforma. En un lado de la ancha rúa, había una barda larga, eterna y oscura, y por
el otro una serie de bodegas cerradas sin ninguna señal de vida humana. Los
autos pasaban vertiginosos. A los conductores no les importa lo que pase a las
orillas de la avenida, que en un tramo se convierte en la carretera
Transpeninsular.
El viento húmedo y frio azotaba
su cara y lo hacía estremecerse, apuraba su paso con angustia. La niebla, el
frio, el viento, la oscuridad y la soledad lo hacía sentirse totalmente
vulnerable, indefenso ante lo inesperado.
En un tramo de su ruta, un hombre
enorme, corpulento, vestido con una chamarra negra de piel, de esas que usan
los motociclistas americanos, sentado en
una banca, lo miró fijamente. El joven aceleró su caminata mirando al suelo.
Caminó 30 metros y de reojo volteó ligeramente hacia atrás, el tipo del banco
se había parado y lo seguía, el pulso se le aceleró y caminó aún más rápido.
Cincuenta metros adelante, volteó a su espalda, el tipo enorme estaba a cinco
metros de él.
Un rayo de luz lanzado por los
faroles de un auto, iluminó el rostro de su seguidor. Lo que vio le hizo
temblar de miedo, el hombre de casi dos metros, con la cabeza cubierta con una
gorra de lana oscura, tenía unos rasgos feroces, muy blanco, casi albino, de
nariz muy ancha como de boxeador, pómulos salientes, labios gruesos, mandíbula grande
y prominente, ojos negros y de mirada afiebrada, lo miraba directamente, -¡Oye,
espérame!- le gritó con una voz ronca. Un banco de niebla espesa lo desapareció
de su vista.
Quiso comenzar a correr pero sus
cansadas piernas le fallaron, su corazón latía aceleradamente y el aliento le faltaba,
-“Este tipo me va a asaltar y me va a matar”- Pensó. Avanzó dos metros cuando
sintió que una enorme y pesada mano le
sujetó de un hombro. Su corazón se paralizó, abrió los ojos enormemente
pensando que una daga le iba a atravesar la espalda. La enorme mano le hizo
voltear a ver al corpulento tipo que lo sujetaba y temblando, pasando saliva le
pregunto.
-¿Quue quue quiere?
El hombrón exhalaba un vaho tan
fuerte que formaba una nube que se evaporaba con el viento.
Entonces con una voz gruesa y
cavernosa, le preguntó.
-¿Te gustan los perros?
El joven sorprendido, miró a un
cachorrito de apenas un mes de nacido que el hombrón sostenía en una de sus
manos.
-¡Si!
¡Es tuyo! -El gigante rudamente se
lo dio, y el joven como autómata lo tomó en sus brazos, luego a grandes
zancadas el hombre se perdió en la oscuridad de la noche.
El joven siguió caminando
sosteniendo un garrafón en una mano y un pequeño perrito acurrucado en sus
brazos, la niebla como una colosal ola se lo tragó.
Sí, a veces las noches invernales
de Ensenada son fantasmales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario