viernes, 3 de abril de 2015

La Mujer que Viajaba a la Montaña



La Mujer que Viajaba a la Montaña
Luis Antonio García Sepúlveda

Hace muchos, pero muchos años, siendo yo un niño, mi abuela me relató la siguiente historia…
Corría el año de 1931, mi padre tenía seis años de edad, y mi abuelo Don Antonio G. García y mi abuela Carmen Ramos Arenas, se encontraban en San Pedro de las Colonias, un pequeño poblado perdido en el paisaje desértico de Coahuila.

Los habitantes eran  rústicos agricultores que con mucho sacrificio le sacaban a la tierra cosechas de trigo, frijol, maíz, sorgo y algodón para sobrevivir.  Mi abuelo quién se había regresado de Estados Unidos, donde perdió en un banco todo el dinero que había ahorrado debido a la gran depresión, (Siguiendo el consejo y dirección de su hermano mayor Romualdo, quién tenía un rancho vecino) con lo poco que le quedaba compró una parcela de terreno.

Sin embargo ese año hubo una inclemente sequía que hizo imposible tener una buena cosecha, amén de que un incendio arrasó con los esfuerzos de mi abuelo y volvió cenizas la pobre cosecha que esperaba, teniendo que regresarse a Saltillo.  Sin embargo aparte del agobiante calor, el incendio, las esperanzas perdidas y unas enormes tarántulas que habitaban el techo de la vieja casona donde vivía la familia (Posteriormente mi padre,  84 años después me relataría el horror que le causaban los arácnidos) mi abuela, aparte de lo anterior, recordaba una mujer llamada Gloria que tenía  una exigua tienda en el pueblo.

Gloria, era objeto de burlas de los habitantes del poblado y regaños de su marido, ya que ella a raíz de un golpe en la cabeza, inesperadamente se quedaba “Dormida” y entraba en una especie de trance. Cuando despertaba relataba que un hombre en un carruaje iba por ella y la transportaba a una montaña donde había un castillo rodeado de hermosos jardines y ahí  convivía con grandes personajes.

Desde luego que Gloria era tomada como una loca  mentirosa. Mi abuela Carmen la trató y se dio cuenta que no estaba desequilibrada, se hizo amiga de ella. Le disgustaba mucho el trato despectivo y burlón con que la gente del pueblo la trataba. Gloria era una mujer normal en todo, excepto en esa especie de trances en que caía. Ella le juró a mi abuela que todo lo que decía y pasaba era cierto.

Un día, Gloria le dijo a mi abuela, que iba a traer una prueba de que ella decía la verdad para que no se rieran de ella. Ese mismo día se declaró el incendio que hizo que mi abuelo abandonara la idea de convertirse en agricultor.

Mi abuela a la mañana siguiente  fue a despedirse de su amiga ya que se iba del pueblo. Al ver a la mujer mi abuela se extrañó que la recibiera muy contenta, le preguntó a que se debía esa alegría, entonces Gloria sacó de entre sus ropas la prueba de que sus viajes al castillo de  la montaña eran verdad.

Le mostró dos pequeñas ramas verdes, una era de olivo y la otra de un pino.  Le dijo que sin que se diera cuenta el cochero,  ella antes de subirse al carruaje, cortó las ramas y las escondió entre sus ropas, y se las iba a enseñar a su esposo que en esos momentos se hallaba en la parcela.  

Mi abuela no supo cuál fue la reacción del marido de Gloria, porque esa mañana ella, mi padre y mi abuelo regresaron a Saltillo y nunca supo más de su amiga y los viajes al castillo en la montaña. Pero toda su vida se acordó de ella y de las ramas verdes de olivo y pino recién cortadas que en medio de un desierto, su amiga Gloria le mostró.