martes, 3 de febrero de 2015

Fantasmas en la Niebla



Fantasmas en la Niebla
    Luis Antonio García Sepúlveda

A veces las noches invernales de Ensenada son fantasmales, la niebla cubre todo y las luces crean figuras que se acercan y se alejan espectralmente. Lo peor que te puede pasar, es quedarte sin gasolina en la madrugada, cuando no hay taxis ni transporte urbano público.




El joven caminaba apresuradamente en medio de una niebla que creaba volutas a su alrededor, el viento de los carros que pasaban formaban remolinos blancos y espesos que lo envolvían. Caminaba hacia la gasolinera más cercana con un garrafón de plástico en una mano.   

Llegó al aeropuerto militar por la Avenida Reforma. En un lado de la ancha rúa,  había una barda larga, eterna y oscura, y por el otro una serie de bodegas cerradas sin ninguna señal de vida humana. Los autos pasaban vertiginosos. A los conductores no les importa lo que pase a las orillas de la avenida, que en un tramo se convierte en la carretera Transpeninsular.

El viento húmedo y frio azotaba su cara y lo hacía estremecerse, apuraba su paso con angustia. La niebla, el frio, el viento, la oscuridad y la soledad lo hacía sentirse totalmente vulnerable, indefenso ante lo inesperado. 

En un tramo de su ruta, un hombre enorme, corpulento, vestido con una chamarra negra de piel, de esas que usan los motociclistas americanos,  sentado en una banca, lo miró fijamente. El joven aceleró su caminata mirando al suelo. Caminó 30 metros y de reojo volteó ligeramente hacia atrás, el tipo del banco se había parado y lo seguía, el pulso se le aceleró y caminó aún más rápido. Cincuenta metros adelante, volteó a su espalda, el tipo enorme estaba a cinco metros de él.

Un rayo de luz lanzado por los faroles de un auto, iluminó el rostro de su seguidor. Lo que vio le hizo temblar de miedo, el hombre de casi dos metros, con la cabeza cubierta con una gorra de lana oscura, tenía unos rasgos feroces, muy blanco, casi albino, de nariz muy ancha como de boxeador, pómulos salientes, labios gruesos, mandíbula grande y prominente, ojos negros y de mirada afiebrada, lo miraba directamente, -¡Oye, espérame!- le gritó con una voz ronca. Un banco de niebla espesa lo desapareció de su vista.

Quiso comenzar a correr pero sus cansadas piernas le fallaron, su corazón  latía aceleradamente y el aliento le faltaba, -“Este tipo me va a asaltar y me va a matar”- Pensó. Avanzó dos metros cuando sintió que  una enorme y pesada mano le sujetó de un hombro. Su corazón se paralizó, abrió los ojos enormemente pensando que una daga le iba a atravesar la espalda. La enorme mano le hizo voltear a ver al corpulento tipo que lo sujetaba y temblando, pasando saliva le pregunto.
-¿Quue quue quiere?

El hombrón exhalaba un vaho tan fuerte que formaba una nube que se evaporaba con el viento.
Entonces con una voz gruesa y cavernosa, le preguntó.
-¿Te gustan los perros?
El joven sorprendido, miró a un cachorrito de apenas un mes de nacido que el hombrón sostenía en una de sus manos.
-¡Si!
¡Es tuyo! -El gigante rudamente se lo dio, y el joven como autómata lo tomó en sus brazos, luego a grandes zancadas el hombre se perdió en la oscuridad de la noche.

El joven siguió caminando sosteniendo un garrafón en una mano y un pequeño perrito acurrucado en sus brazos, la niebla como una colosal ola se lo tragó.

Sí, a veces las noches invernales de Ensenada son fantasmales.